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Andaluces y andaluzas


            Acababa de pasar un ángel. Carlota y yo nos habíamos quedado sin palabras mientras tapeábamos en aquel bar de Córdoba. Ella ya se había pasado al fino y yo seguía con mi fresquita cerveza. Un fondo flamenco acompañaba el lugar. Los dos nos habíamos quedado embobados mirando la tele. Era canal sur: un portavoz, de no importa qué partido, hacía énfasis en que, hoy 28 de febrero, los andaluces y andaluzas, debíamos sentirnos orgullosos en nuestro día. Fue la parte de andaluces y andaluzas lo que llevó a mi amiga Carlota a inclinar la cabeza y reírse irónicamente a la vez que repetía esas dos palabras.
              – ¿Qué murmullas, Carlota? –le dije.
         –Andaluces y andaluzas –volvió a decir ella en tono irónico y señalando a la tele con la cabeza– ¿tú te crees? Ay del primero que se le ocurriera la gran estupidez de molestarse en añadir el femenino cuando ya va implícito en nuestra lengua los dos géneros en el masculino cuando al referirnos a un grupo en general. Niños y niñas, ciudadanos y ciudadanas; y por qué no ha dicho orgullosos y orgullosas…
                –Bueno, eso lo dices tú… –me cortó:
            –No, lo digo yo no. Lo dice la R.A.E. Cuando uno se dirige a un grupo de diverso género, el masculino incluye a los dos. El lenguaje lo que busca es ser escueto y preciso. Cuando yo estaba en el colegio vino un soldado del ejército a hablarnos sobre alistarse. El hombre no paraba de repetir: vosotros niños… y niñas. Hasta que llegó un momento en el que  dijo: mirad, lo siento mucho, me obligan a decir niños y niñas, pero, como todos sabéis, el ejército no es solo de hombres, también de mujeres; a partir de ahora diré niños y me entendéis que incluyo a los dos. Y así debe ser.
           –Con ese ejemplo tiras piedras sobre tu propio tejado, –estaba escuchándome, pero apartó la mirada para darle un sorbo a su catavinos– precisamente el ejército, que siempre se ha dicho que era cosa de hombres, sí que debe hacer esa distinción.
        –Pero no te das cuenta que así…; si tú, que defiendes el hacer la distinción, eres el primero que piensa que el ejército se consideraba solo de hombres, significa que sigues pensando a la antigua. Si se sigue recordando que era solo de hombres, se pensará también que sigue siéndolo. Si ya sabemos que no es así. Cuanta más distinción hagamos al hablar, más desigualdad te digo yo que habrá.
        –No estoy de acuerdo –le dije apurando mi cerveza.
          –No estás de acuerdo. Pero si pasa con todo, Javi. Ingeniero, ingeniera; médico médica…, a, vale, tú no eres pianista, tú eres pianisto, Messi no es futbolista, es futbolisto. Pasa con todo. Mira, yo tenía una profesora que cuando se licenció dijo que en su título pusiera Ingeniero Agrónomo.
– ¿Y entonces cómo te refieres al femenino de ingeniero?
            –La ingeniero y el ingeniero. Además –dijo mi amiga, ya un poco indignada– qué manía con las letras de las canciones: un niño y una niña –empezó a cantar intentando encajar las dos palabras– fueron a jugar, pero no pudo jugar porque tenía que planchar. ¿Pero qué tontería es esa? Di, un niño o una niña, pero no metas los dos. Si no queda bien. Pues ea, tan andaluces y andaluzas que somos, vamos a cambiar el himno: andaluces y andaluzas levantaos pedid tierra y libertad. Que, anda, el himno da para otro tema.
            –Pero Carlota… –le dije yo mientras me reía– me parece increíble que siendo tu mujer y yo hombre estemos defendiendo lo contrario que, en teoría, deberíamos defender.
        –No amigo Javi, no. Porque todos somos iguales. Tanto tú puedes defender este tema desde el punto de vista de la mujer, siendo hombre, como yo en viceversa. 
          –Total, –le dije queriendo concluir– ya sé de qué temas no hablar contigo.
–No, no. Espera, que la cosa no acaba ahí. Violencia de género –dicho esto, hizo una pausa para terminar su fino.
 –Bueno… –dije yo sabiendo que me esperaba un discursito más.
 –Solo se refiere a la mujer. Llámalo entonces violencia hacia la mujer. Sí, se da en menos casos que una mujer maltrate a un hombre, pero se da, y no se le considera violencia de género, pero si género se refiere a hombre y mujer. El otro día, en una noticia que vi: una manifestación en contra de la violencia de género. Muy bien. Todo correcto. Sale una mujer diciendo que ella lleva con su hijo de, suponte, once años, desde los tres años yendo a manifestaciones en contra de la violencia de género. Todo el mundo la aclama. Comienza a decir que hay hombres que también lo sufren y la gente comienza a abuchearla y le quitan el micrófono rápidamente. Si no queréis igualdad. Si lo que tenéis es aburrimiento; y no tenéis mejores cosas que hacer que perder el tiempo en esas cosas. Te digo yo que, así, no. Así no se hace igualdad. La igualdad se consigue dando los mismos derechos para unos y otros. Ofertando trabajos para ambos sexos sin distinción, una paga igualitaria para ambos sexos, educando desde un principio a los niños con pensamiento de igualdad…, así sí, pero, ¿en minucias como la del lenguaje…? No.
–Total que te veo muy preocupada, amiga mía.
–No te creas, en el fondo es la minoría la que piensa así. Además, todo esto lo digo yo, que no digo que sea la verdad absoluta. Pero creo que llevo parte de razón.
–Sí, –le dije yo– llevas tu parte de razón. Pero déjame decirte una cosa –bromeé–: ¿pagas tu o pago yo?, ¿por qué voy a tener que pagar yo? Porque soy el hombre, ¿no?
–Sí, déjame que pague yo, hombre.
–Quita, quita. Ni se te ocurra. Que era una broma, mujer. Pago yo. Espera que llamo a la camarera, uy, perdona a la camarero –después de esta nueva broma, me lanzó una mirada asesina.
–Hala. Por tonto. Pagas tú –se enfurruñó.
–Que no. Venga. A partes iguales.

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