Seguidores

Armonía junto al viento


     Los días pasan y el sentimiento de soledad comienza a consumirme. ¿Fueron días de felicidad los que pasé con ella? Ninguna respuesta susurrada en mis oídos que pueda calmar mi ánimo; ¿o es que no sé escucharla? Paseo solitariamente por las calles cordobesas, con mi armónica en el bolsillo derecho, mi bolsillo izquierdo vacío y mi estómago en la misma situación que este último.

     No tengo los permisos para tocar en la calle, asique procuro moverme de un lado a otro procurando que la policía no se acerque lo suficiente para  hacer preguntas. Toco blues sobretodo. La gente se rasca el bolsillo menos de lo que yo querría y con eso no llego muy lejos en mi día. Cada martes y jueves pueden encontrarme en el Jazz Café, tocando por nada; dándome a conocer; pero no es eso lo que espero. Cada sesión que paso la gorra es inútil, y lo entiendo, porque, aunque esté allí, no toco para ellos y eso lo notan, aunque el dinero no es lo que realmente espero, entiéndanme, sí que es necesario. También suelo llevar mis discos. Solo tengo dos, que ya es algo. Se han vendido bastante bien hasta ahora, pero en espacios de tiempo tan separados que no he podido ahorrarlo como hubiese querido. Al terminar de tocar un chico se me acercó felicitándome. Pensé que le había llegado muy a fondo con mis acordes de armónica. Dos semanas después, tocando en el puente de la ribera, ese mismo chico se me acercó reconociéndome. Dejó algo de propina y me compró dos álbumes. Me pidió que le dedicara uno para su amiga y así lo hice: Para Laura, Salud y Blues. Le di mi última tarjeta, no sé por qué lo hice, la verdad, y tras escuchar una canción más sentado en un banco alejado se marchó.

     Ahora continúo vagabundeando por las mismas calles de siempre, demasiado viejo para llegar a nada, pero lo suficientemente osado para no caer. Una vez más me peleo con los mismos borrachos de siempre. Noche tras noche duermo en el mismo callejón de mala muerte de siempre, cuando no hay ningún otro vagabundo ocupándolo. A menudo nos hacemos mutua compañía yo y el mismo perro ajado de siempre. Vuelvo a tener las mismas pesadillas de siempre. Y sigo pensando en ella como siempre… sabiendo que se fue para siempre.

     A veces, el viento trae consigo aromas de una época pasada, por  una parte, de un tiempo ya olvidado, en cuyo caso nos resulta familiar, pero no sabemos de dónde viene, y por otra, de un tiempo aún presente, en cuyo caso, nos hace sentir en casa. Solo de vez en cuando, mientras toco mi armónica, mi sentido capta su perfume embriagador, imposible de olvidar con el tiempo, haciéndome tocar aún más fuerte; llega cuando menos lo espero,y creo, o espero, que sea porque ella sigue pensando en mí. El viento es el conductor de buenos y malos recuerdos: sonidos, aromas, a veces objetos ligeros y olvidados. La naturaleza lo promueve y el hombre lo aprovecha en su propio beneficio. Su fuerza, al mismo tiempo que ocasiona desastres naturales, nos enseña uno de los más antiguos secretos: la fuerza de hacer frente al poder de una adversidad desconocida. Su brisa, a su vez, nos enseña la caricia de la naturaleza, junto con ese otro pequeño gran secreto: la agradable y solitaria sensación frente a una desconocida que es amiga.

     Así como espero que ella siga pensando en mí, utilizo el viento en mi propio beneficio. Cuando toco, no toco por nada material, no lo hago por el gusto y la satisfacción propia, ni ajena: esperando la aprobación de nadie. Toco con el viento, cuando golpea más fuerte. Para que transporte mi mensaje. Para que ella continúe sabiendo que todavía la recuerdo; para que deje de olvidarme. Porque toco para contestar; contestar la respuesta que me da el viento y no sé escuchar, porque como ya se dijo, la respuesta está soplando en el viento. Toco para el viento; toco para hacerla recordar. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Una Apuesta Perdida

Con el Otoño

El Precio de la Soledad