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Entre El Cielo Y La Mar


El cielo y la mar estaban iluminados por el crepúsculo del atardecer. La playa estaba vacía, o casi. Apoyaba mi espalda contra un poste  alto y rectangular de madera que delimitaba la zona de las embarcaciones, en su extremo quedaba adornado por una bandera española. La brisa marina nos acariciaba. Nos. 

Ella vestía con mi camisa de rallas azules sin cuello, y su pelo castaño oscuro colgaba ondulado sobre sus hombros. Apoyando los brazos sobre los míos me observaba con aquellos ojos de mirada lobuna. Su nariz y mejillas tostadas por el sol, enrojecidas, y con aquella luz crepuscular; una belleza infinita, pero efímera. 

No hablábamos; nuestras miradas lo decían todo. Dulcemente me besaba con aquellos finos labios hechos de pequeñas gotas de rocío. Tras la pregunta, ¿aquí, bajo la bandera española?, a mi pícara insinuación, le respondí: todo por la patria. Ambos nos sonrojamos. La agarré por la cintura inclinándola hacia atrás como en aquella típica foto del marinero y la enfermera en Times Square, y la besé. Nos reímos tanto que caímos de espaldas en la arena.

            Iluminados por el crepúsculo del atardecer... Otra pareja disfrutaba de aquella luz crepuscular y de aquella playa casi vacía. Paseaban por la orilla cogidos de la mano mientras intercambiaban miradas y hablaban sobre lo lejos que estaba el día en el que volverían a verse. Reían del chiste que él acababa de contar y de la pareja que, tonteando, habían caído de bruces en la arena. Pero rieron aún más cuando un corredor los pasó, y ella, soltándose de su mano, corrió tras él imitando sus movimientos. Corriendo tras ella, la asió por la cazadora vaquera de él, le dio la vuelta y  la levantó en el aire besándola.

            ...La playa estaba vacía, o casi... Su mirada me hacía sentir escalofríos. No hacía mucho frío, pero al verme la piel de gallina me ofreció su sudadera. Al besarme su barba me hacía cosquillas; eso me gustaba. Apurábamos el día tumbados en mi toalla; mañana nos volveríamos a ver, pero quería guardar cada segundo, de cada momento de cada día de cada verano de cada estación en mi mente. Que no se deslizara entre mis dedos como cualquier otro segundo. Cerrar mis ojos y verle. Me senté para observar el mar mientras besaba mi cuello. Un pequeño navío no muy lejos de la orilla navegado por una anciana. Cerca de los barcos, bajo la bandera, una pareja caía al suelo. Otra de pie sobre la orilla, él cogiéndola en brazos. Pensé que cada vida pasa por lo mismo, e incluso que cada una podría parecer la misma, y serlo; que no hay diferencia, pero no es así. Aunque muchos quieran, o crean, o crean que pueden reducirlo a simples apariencias, no es así.

            Mi novio me había dejado. Repetía esta frase una y otra vez dentro de mi cabeza: mientras fregaba el suelo, ordenando mesas y sillas; cambiando el cartel de cerrado a abierto; poniendo las cartas en los servilleteros y estos en cada mesa; atendiendo a los clientes… con todo. Además todos parecían recordármelo: aquella pareja en moto por la calle, las tres a las que ahora mismo atiendo en el mostrador, esta misma mañana al oír hablar de aniversarios; hoy sería el nuestro… con todos. Por más que lo pienso no entiendo el porqué de la ruptura. ¿Se cansaría de mí? ¿Por qué, si yo no me cansé de él? Veo a estas tres parejas y me entran ganas de preguntarles el porqué. Sé que ellos no tendrán la respuesta. Sus caras son distintas, sus pelos, sus cuerpos; pero todos tienen eso en común, ¿eso que yo no tenía con mi pareja? Mira a esa, la rubita alta de la sudadera; ¿Qué tiene ella que no tenga yo? ¿Y la otra rubia? Pero si ni si quiera es mona. Y la morena, con su pelito perfecto, ondulante y bonito… Ellas no tienen la culpa, pero me hacen sentir mal.

            El cielo y la mar…Solo soy una anciana viuda que pasó por la vida amando a un único hombre. Él me daba alegrías y penas, paz e inquietud, amor y odio, vida y… Navego con este pequeño navío bautizado Delia en mi honor. Mi marido lo compró cuando éramos jóvenes. Él ya sabía navegar desde muy pequeño y me enseñó; se empeñó en que aprendiera. Como soy vieja, ya no me adentro tanto en alta mar. No es que no me atreva, solo que no quiero tentarla. Siempre le tuve respeto al mar, la mar; como a él le gustaba llamarla. Decía que la mar solo podía ser ella. Ella, la mar, es mujer, decía, te da alegría, paz, amor, vida. Pero también penas, inquietud, odio, muerte. Me gusta quedarme cerca de la orilla. Lo llevo haciendo ya muchos años. Me hace recordar el tiempo pasado. Ver a las jóvenes parejas disfrutando del día, del crepúsculo y de la noche. Cada aniversario de nuestra boda me adentro en alta mar. Allí paso las horas sola. Sola con mis recuerdos. Tratando de recordar cada rato que pasé con él. En mi mente vuelvo a besarle, acaricio su pelo, siento sus brazos fuertes estrechándome, el olor de su colonia; cuando el sol se sumerge regreso a la juventud y a gastar las horas con él  entre el cielo y la mar.


FIN

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