Navidad de Medio Accidente
Mi
mujer y yo nos separamos en la calle. Caminé hasta la taberna que hace esquina
con la calle de la librería, y allí ya estaba esperándome Luis. Por el camino
me había encontrado con el perro de la señora García, la cual conocía desde que
era pequeño. Hacía un frío que lavando rábanos.
– ¿Dónde está tu mujer? –preguntó
Luis con el cigarro en la mano, que giraba su barriga hacia mí para no darme la
espalda.
–Nos separamos en el parque que está
en frente de tu casa. Dijo que tenía que ir a hacer unos recados…, todavía.
–Bueno… –tiró el cigarro que ya se
consumía y sacó otro. Me ofreció, pero lo rechacé– En marcha.
Caminamos hasta la librería hablando
de las fiestas navideñas, bueno… Él hablaba sobre la suegra que le había
tocado.
– ¿Cuál le has comprado tú? –le
preguntó Luis.
Después de buscarlo un rato entre
los del estante de enfrente, cogió un tomo gordo y le leyó el nombre
–Pues le compro el mismo.
–Ni hablar. Cómprale otro. No seas
vago. Este o este –dijo señalando dos novelas modernas de misterio
– ¿Crees que le gustará?
***
Feliz
navidad Señora García, se había despedido el dependiente del supermercado de la
anciana mujer que la rodeaban bolsas y bolsas de papel de regalo. Ella le había
respondido igualmente, pero no de la misma manera. La anciana tenía fama de
huraño allí a donde fuera.
Cuando salió, su perro ya no estaba.
Solía esperarle a la intemperie, pero solo estaba la correa. La anciana se
hacía una idea de dónde podría estar y no se preocupó demasiado. Sola, continuó
su camino a casa, y si no lo encontraba por el camino, pensó, se compraría
otro.
***
Marta
recorría el camino más directo a la casa de objetos antiguos y de segunda mano,
siempre encontraba algo bonito, pero esta vez tenía algo encargado. Quería un
regalo para su marido, aunque este le había prometido enfadarse si le compraba
alguno. Ella había pensado en algo que su marido le había contado hace mucho
tiempo que quería, pero dudaba si se lo habían encontrado. Se trataba de una
espada de un soldado del ejército de la época de Carlos V. Pepe el dependiente,
amigo de la infancia, se había encargado de todo. Y, aunque Pepe no parecía muy
contento con la transacción que le había llevado a esa espada, le dijo a Marta
que sí que era real. Ojos que no ven…, pensó.
Intercambiaron unas palabras
navideñas prediseñadas para estos tiempos en los que uno las suele soltar por
puro automatismo, y pagó el alto precio por aquello que para su marido no lo
tenía. Ese era el motivo por el que no le gustaba a su marido pagar por esos
objetos. Para él su precio no era calculable. Se negaba a obtener un objeto al
que previamente se ha despreciado poniéndole precio.
Marta salió de la tienda con la
espada bien envuelta dentro de una caja cilíndrica tan larga como lo era la
espada. Una ambulancia corría por la carretera saltándose los semáforos que
encontraba a su paso. Qué lástima, pensó Marta, en navidad…
***
La
señora García conducía presa del pánico. La pérdida de su única compañía, su
perro, la carcomía más de lo que creía, y no paraba de dar vueltas por una y
otra calle hasta que lo encontró. O el perro se encontró con ella, o más bien,
ambos se encontraron.
Todo había sido muy rápido. Y ahora
el tiempo apenas sí contaba. Trataba de averiguar cómo había chocado. Dos
médicos que habían venido en una ambulancia le atendían. Oía las voces de
uno de ellos en un eco. Su perro, cogido
en brazos, le lamía la mejilla muy contento.
–
¡José, espera!
Pero ya era tarde. El accidente se
produjo tan rápido que no hubo tiempo para reaccionar. Luis y José se
encontraban donde en un principio, este último y su mujer, se habían separado.
Ella, Marta, su mujer, venía corriendo. Esperando lo peor.
***
–
¿Qué ha pasado? –dijo Marta tratando coger aire.
–La señora García. Que estaba como
loca por encontrar a su perro y bien que lo ha encontrado.
–Ya creía que os había pasado algo.
–Hombre, pues José casi salta para
apartar al perro –dijo con una risita.
– ¿Yo? –dijo José– Ni loco me
interpongo en eso.
–Y, ¿Quién ha llamado a la
ambulancia?
–Ella misma. Ni nos ha dado tiempo a
eso. Ha sido muy rápido.
–
¿Nos vamos?
Juntos
partieron hasta casa. Cuando se despidieron de Luis:
–
¿Eso no será para mí?, ¿no? –dijo José mirándola de reojo la bolsa de su mujer.
–Que
va –le contestó ella muy seria–. Es el que me faltaba de los regalos de nuestro
hijo.
Fin
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